Mi obra, más que difundir un mensaje, transmite una emoción. Así como el sonido musical se percibe de forma abstracta, sin los matices que se establecerían al manifestarse al aire libre o en un espacio cerrado, solo o acompañado de otros instrumentos; mis pinturas, dibujos o esculturas se crean a partir de la relación innegable entre color, forma y volumen, su disposición obedece más a la intuición que al razonamiento mismo, poseen un ritmo interior que —al igual que el sonido de un violín o de cualquier instrumento— no ostentan detalles concretos.
Entiendo la abstracción como una actividad que promueve la significación: pretendo que lo abstraído produzca en el espectador una realidad; empero deber ser una realidad que más que ser percibida por la vista debe ser avizorada por la conmoción. Al igual que me enfrento hacia mí mismo a la hora de crear, pretendo que el espectador —al observar mi obra— sienta la preeminencia de la imaginación, se incline más por la emoción que por la razón; para entrar así en un juego recíproco de Universo a individuo, de individuo a Universo, posibilitando entonces una movilidad inherente al espíritu mismo.